5.03.2009

1.2

Un picnic.

Por la tarde en la azotea del edificio armamos algo. Nuestra vecina y nosotros. Vino y latas de sardinas, mejillones, atún. Algunas otras conservas que no logro descifrar. El viento es duro, implacable. Nada es lo que parece. Permanecemos sentados, agarrando el mantel con ambas manos: ocho manos sosteniendo un mantel cuadriculado que el viento trata de llevarse lejos, a la colonia Obrera o mas allá. Tontos, ebrios, discutimos un poco. Me resulta risible, solo un poco, la actitud pedante de uno de nosotros. Defender lo indefendible. Su niño, su pequeño. Siempre es lo mismo. Ya no me divierte. Todo se ha vuelto tan aburrido...

el cielo púrpura sobre su rostro redondo, su enorme sonrisa, femenina. Los Tigres del norte, Fever Ray, Karina. Playlist de cocktail, desolado y desquiciado, apropiado para lo que hay por el momento. De postre un panque de nata. El pequeño lo deja orear 20 minutos: suficiente para matar los virus dice. Nos reimos, comemos, la tarde ha terminado.

Dejamos de sostener el mantel y lo llevamos de regreso. Salsa valentina y catsup. Un poco de asco. La enorme R de Ramada Hotels al fondo....

Todo sigue igual.

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