5.02.2009

herramienta ligera.

El sol. Las primeras luces de neon encendiendose. Para nada. La calle completamente vacía y el billar abierto. Hay un extraño olor a sal en el ambiente, como a costa. Pero eso es imposible porque estamos en un valle. El valle de México. A cientos de kilómetros de distancia de la costa más cercana, atrapados en una ciudad ahogada, sofocada por los virus llegados del universo. Lo leí en un periódico, los científicos creen que los virus de la influenza provienen del universo, del polvo estelar para ser más precisos. Insecticida galáctico.

A mi hermana la atacó.

A mi madre también.

La poca gente que camina despacio frente a la ventana parece perdida, cansada. Es un bonito día en el que no hay nada que hacer, en el que sientes la necesidad de bailar y beber hasta que se te nuble la vista y se acabe el alcohol y entonces ponerte el tapabocas y salir corriendo por más, bajo la aplastante luz del billar vacío.

antes esto era un nido...

ahora parece una tumba.

Cae la noche. Los polícias sin cara comienzan su ronda. Despacio, rítmicos. Nosotros comenzamos a beber. Un rito. Un rito ininterrumpido por esta peste que se resiste a irse. En el fondo sabemos que no se ira nunca. Que ya nada podrá volver a ser lo mismo.

Nunca lo es.

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